Nunca nieva a gusto de Todos
El PP es un partido que siempre ha tenido un serio problema con la realidad. O más bien es la realidad la que tiene un serio problema con el PP. Desde cierto punto de vista, podría decirse que el PP es una formación más epistemológica que política, repleta de filósofos y sofistas que, ante cualquier contratiempo, lo primero que hacen es preguntarse si realmente ese contratiempo existe, después lo niegan, luego lo catalogan en la categoría correspondiente y por último, en el mejor de los casos, lo archivan. Porque a esas alturas lo más probable es que el problema haya desaparecido solo o que no haya forma humana de solucionarlo o que haya sido disimulado bajo una cabalgata de Reyes Magos o una manifestación callejera en Caracas o cualquier otra emergencia ineludible. Tesis, antítesis, capa de pintura.
Puede parecer una técnica descuidada o ineficaz pero hay que reconocer que la mayoría de las veces funciona. Lo peor que puede hacerse ante un problema es ponerse a solucionarlo a tontas y locas, sin un ejercicio de reflexión hegeliana que identifique sin ningún género de duda a qué clase de problema nos estamos enfrentando. Por ejemplo, el PP lleva décadas reflexionando sobre cuál será la mejor manera de enfrentar la lacra de la corrupción y de momento no ha encontrado ninguna. Ni manera ni corrupción ni lacra. A menudo siguen a rajatabla aquella magistral lección de Gila disfrazado de bombero, quien solucionaba un incendio por teléfono, aconsejando al impaciente ir de vez en cuando a la habitación donde arden los muebles y arrojar cada media hora un vaso de agua a las llamas.
Cuando a estos filósofos no les va bien con el método del bombero a distancia, utilizan el de Gene Wilder intepretando a un psiquiatra al que su mujer sorprende en la cama con una oveja: “No es lo que te piensas, cariño; se trata de una paciente mía que cree que es una oveja”. Así han ido gestionando, con sabiduría y paciencia, algunas de las peores catástrofes de los últimos tiempos. Cuando se hundió un petrolero frente a la costa gallega, se lo llevaron mar adentro de modo que el chapapote se repartiera por el mayor número de playas posible y que la gente pudiera recogerlo en palanganas para hacer frente al invierno. Cuando estallaron unos trenes en Madrid, dijeron que había sido la ETA para no asustar al personal con el peligro del terrorismo islamista. Mejor que fuese la ETA, que ya estábamos acostumbrados. Cuando un montón de militares murieron en un accidente de avión en Turquía, identificaron los cadáveres a voleo, siguiendo la solemne tradición instaurada en el Valle de los Caídos. Cuando importaron el ébola desde África, le echaron la culpa a una enfermera que no estaba preparada ni equipada para esa clase de emergencias médicas y que sobrevivió de puro milagro. De paso, se cargaron a su perro por aquello de la rabia y por si las moscas. Cuando un terrorista al volante sembró de muertos las Ramblas de Barcelona, ellos seguían asegurando que lo de los trenes en Madrid había sido cosa de la ETA.
De manera que ayer, cuando un temporal de nieve provocó un caos automovilístico en el que más de tres mil vehículos quedaron bloqueados y el ejército tuvo que salir a rescatar a miles de personas atrapadas en la AP 6, el operativo filosófico del PP se puso de inmediato a identificar el problema. Lo primero que descubrieron, tras una larga serie de discusiones y deliberaciones, es que la culpa era del tiempo. Del mal tiempo, concretamente. Que se había puesto a nevar contra todo pronóstico, un 7 de enero, a nevar mucho, encima de una autopista de peaje. Que, para colmo, a la nieve le había dado por caer a traición, en domingo, un fin de semana -en vez de ponerse a nevar el lunes- cuando mucha gente regresaba de las vacaciones navideñas en lugar de haberse quedado en su casa. Para colmo de males, como advirtió el Director General de Tráfico, Gregorio Serrano, los conductores no se habían enterado, ni sabían leer, ni habían tomado preocupaciones, ni le habían rezado a la Virgen lo suficiente, como es preceptivo en estos casos. En fin, que gracias a la previsión del PP se ha solucionado la sequía acuciante que padecía el país desde hacía varios meses, aunque nunca nieve al gusto de todos.
Lctr. (C&P)
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