LOS NOVIOS DE LA MUERTE
Son los novios de la muerte. La imagen de cuatro ministros del PP, junto a curas y militares, en la procesión de los legionarios de Málaga, resume mejor que mil palabras lo que es este gobierno. Las fuerzas vivas que huelen a muerto. Nacionalcatolicismo con olor a sacristía, cuartel y sobaco. Ponías la foto en blanco y negro y retrocedías medio siglo. En una sola procesión mezclaron el paso atrás, el paso militar y el paso religioso. Tres en uno. Casaron sus ministerios públicos con el ministerio católico, al Estado con la Iglesia, al país con la Legión, a España con la cabra.
Son los novios de la muerte pero no porque mueran por el país sino porque lo matan. Porque nos tienen clavados al pasado más rancio, detenidos en el tiempo de la censura, crucificados por políticas desiguales, secuestrados por corruptos, atrapados por su inacción ante los problemas y encamados con una enfermedad llamada PP que deteriora las instituciones de este país hasta dejarlas muertas.
La última ha sido Cristina Cifuentes, a la que nos vendieron como regeneración del partido, que ha demostrado ser tan igual al resto que hasta comparece en plasma. Otra que se agarra al cargo para no hundirse, mientras hunde el prestigio de la universidad pública, otra institución que los populares enlodan en alguno de sus enjuagues personales. No sé a qué espera Ciudadanos para pedir su dimisión. No sé a qué espera toda oposición a presentar una moción de censura al arma de destrucción masiva que es Génova.
Cada año que pasamos en manos de estos brazos corruptores son años que tardaremos en recuperarnos (si es que podemos) de la degeneración de la vida pública. De la policía a la política, de la Administración a la prensa, de la Universidad a la Justicia, no crece la hierba por donde pisan. O por donde no pisan. Por no escuchar a Cataluña y por dejarla en manos de jueces, ha acabado siendo pasto de justicieros, mesías y salvapatrias. Otra vía muerta.
Han casado a España con la muerte pero hay gente que asiste a la boda encantada de la vida, valga la paradoja. Las banderas a media asta que el PP puso esta Semana Santa en los cuarteles, pisoteando la Constitución que luego tanto manosean, no debería ser por Cristo en el madero sino por los palos que le dan al españolito sin que el españolito se oponga. Las banderas a media asta deberían ser por nosotros, que no tenemos ni medio cuerno y aguantamos todas las cornadas.
Aquí sólo falta Millán-Astray, fundador de la Legión, vomitando aquello que dicen gritó en Salamanca antes del levantamiento criminal: ¡Viva la muerte, abajo la inteligencia! Más falta hace que nos levantemos nosotros, y la oposición en bloque, como hizo Unamuno, para (mejorando al maestro) decirles: "Ni vencéis ni convencéis". Aunque la oposición ni está ni se la espera.
Lctr.(C&P)
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