Ayer España habló.
Y lo que vino a decir es que está harta de crispaciones, insultos, y mentiras, en todo su territorio. España quiere política y gestión, y para ello ha elegido al partido de Sánchez y a unos cuantos más.
La derecha española ha quedado desactivada, no pueden imponer rodillo en ninguna de las mesas del Congreso ni del Senado. De hecho no podrían siquiera vetar alguna de las reformas (incluidas las constitucionales) que el país necesita para empezar a normalizarse.
La división de la derecha, y su radicalización franquista "sin complejos", ha sido la causa principal de su defenestración. Los ciudadanos han entendido que con ese tipo de "políticas" solo cabría el suicidio como nación.
La derecha catalana también ha sido neutralizada con un empuje sin precedentes de ERC, con ello también desactivan la reciente radicalización de los mensajes de Torra y Puigdemont.
Parece que Sánchez tiene el panorama limpio de obstáculos para acometer las urgentes reformas que necesitamos como país moderno. Eso parece. Pero siempre hay algo...
Y ese algo no es más que la inquietante suma de 180 diputados que conformaría con los graciosos y liberales Ciudadanos. Un pacto de gobierno con la formación naranjita conseguiría que todas las reformas y cambios necesarios se fueran por el retrete.
Y que todo siguiera igual.
Situación que nos devolvería, en unos siguientes comicios, a la casilla de salida del franquismo del que procedemos.
Esto no ha terminado. Los resultados son contundentes pero alojan ese pequeño resquicio por donde se nos puede escapar el país entero.
No creo que un engaño más sea soportable por la ciudadanía, a sabiendas además de que una gran parte de ella (algo más de la mitad) son claramente de ideas conservadoras (claramente franquistas en muchos casos) y un resbalón de Sánchez les proporcionaría la justificación definitiva.
Sus electores se lo dejaron claro ayer: CON RIVERA, NO.
Sánchez por su parte todavía no se lo ha dejado claro a nadie.
Lctr.