Pues sí, amigos, a veces la tiranía se esconde detrás de lo más insospechado. Hecho acontecido hoy mismo en mi trabajo . A media mañana y después de estar todo el tiempo en su sitio con sus cosas y sus movidas, a uno le apetece hacer una paradita, darse un rulo y tomarse un cafelito con los compis, por ejemplo. Así que decido irme a la sala del café, donde hay una máquina, nos tomamos algo y puedes relacionarte de otra manera con la gente. Llego, veo al personal sentado alrededor de la mesita salón, unas 7 u 8 personas, me saco mi café, cojo una silla que había por ahí y me inserto entre ellos. Mientras remuevo el café con el palito veo, pero sobre todo oigo, como la celadora que está a mi izquierda, entre el barullo de conversaciones cruzadas, le grita a la que tiene enfrente, al otro lado de la mesa, algo así como “Pues yo la pasta sí que la congelo”, a lo que la otra con un tono de voz parecido le dice “No Mari, la pasta si la congelas se echa a perder”. Como no me pareció un tema interesante donde meterme y era a gritos, decido escorarme a la derecha a ver qué sucedía por ese lado y ahí se mantenía una conversación entre la farmacéutica y un auxiliar administrativo sobre las bondades de la Termomix:
- Tú dejas la termomix programada y un cuarto de hora antes de llegar a casa tienes la masa de las croquetas ya hecha.
- Sí, pero la termomix es muy cara y yo las croquetas prefiero hacerlas yo.
Esta es la típica conversación sobre la que no tienes ni puta idea y la única forma de entrar en ella es preguntando algo sobre la termomix, ya que de ella lo desconoces todo, pero entre que la termomix me la bufa y me resulta patético preguntar por algo que no te interesa con el único fin de adentrarte en una conversación decidí volver al lado de la izquierda a ver si el tema de los congelados seguía vigente o se había derretido ya. Y efectivamente se había derretido, la conversación era otra y el grupo se había ampliado a todo el ala izquierda de la mesa, pero el volumen de las voces se mantenía. Ahora hablaban sobre el método pilates, que si los ejercicios estos, que si aquellos, que si es mejor tal dvd para aprenderlos, etc.
Mientras, yo me tomaba mi café tranquilo pero con cierto estupor. Y eso que uno es capaz de hablar de lo que sea pero era la situación lo que más pesaba. Aún no se me había pasado por la cabeza levantarme e irme cuando veo entonces que entra en la sala el jefe de mantenimiento y por un momento pensé que se abría el cielo y todo podría cambiar. Pero no, amigos, no. Se dirigió a la máquina y al pasar a mi lado se para, me da un par de golpecitos en la espalda y me dice (también gritando): “Joder tío, el Kun Agüero ésta que se sale, ¿eh?”
Y ya ese fue el momento en el que decidí que una de dos: o cogía el palo y me liaba a destrozar cráneos en una especie de Puertourraco – In memoriam, o cogía las de villadiego. Así que acabé el café, me levante discretamente y me fui. Al salir, alguien se debió dar cuenta y aún me dijo “¿ya te vas, Carlos?. Le contestas con el típico “sí, es que tengo mucho lío” y te vassssss.
Y el caso es que volví a mi sitio medio descojonado pero con esa sensación que teníamos de pequeños en el colegio de “castigado sin recreo”. Pero no es lo mismo, es peor. Allí por lo menos había un personaje que era el que te castigaba y la tiranía era alguien de carne y hueso. Aquí no, aquí es la tiranía de lo mediocre, no de “los” mediocres, sino de “lo” mediocre, contra lo que me da pereza luchar. Un descojone.
Saludos.
Carlos
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