“Detroit es la ciudad americana por excelencia. Fue la vanguardia
durante nuestro ascenso y es la vanguardia durante nuestro descenso”,
argumenta Charlie Leduff, autor de un libro dedicado a su ciudad natal que ha titulado Una autopsia americana. La idea que plantea Leduff (que los problemas de Detroit son los problemas de Estados Unidos) circula en Internet en términos algo más visuales desde hace meses.
La decadencia de Detroit es tan palpable, tan
descarnada, tan surrealista, que una de las pocas industrias en auge es
la artística. “Es un imán para creadores vanguardistas que han
descubierto que tienen aquí una fuente de inspiración, un ambiente
único.
El descalabro de sus 80.000 edificios abandonados y sus 90.000 solares vacíos
no sólo atraen a fotógrafos e instaladores, también a pirómanos locales
y foráneos, contra los que nada pueden hacer los diezmadísimos cuerpos
de policía y de bomberos. Leduff cuenta cómo incendiar una casa y hacer
una barbacoa se ha convertido en una forma de ocio barato para cientos
de gamberros, drogadictos y pandilleros. “Una lata de gasolina cuesta
tres dólares y alquilar una película cuesta ocho. Sabes que la policía
no va a venir, así que la decisión es sencilla”, dice.
Lctr. (EL CONFIDENCIAL)
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