Julio Castro – La República Cultural
“¡Eh! ¡Muchacho! ten cuidado contigo mismo / somos seres débiles / y nos inoculan una enfermedad / a edad temprana / que arrastramos toda la vida”, exclama Antonio Sarrió. Está exhortando a cualquiera y a nadie, es uno de los personajes o personas de la obra que Cambalero Teatro desarrolla a partir del texto de Carlos Sarrió. “…el problema del sentido de la vida es que a nadie le importa una mierda. Salvo a media docena de ‘pensantes’ que a duras penas hacen de esa búsqueda su trabajo. Al resto de los mortales nos basta con que venga alguien y nos lo explique…”, dice en otro momento la persona que encarna Begoña Crespo.
Una especie de habitación que casi se ha convertido en un pequeño desván de objetos dispares, la mayoría de otros tiempos, como una máquina de escribir, o un tocadiscos, sillas de varios colores, una mesilla decorada, una estantería con objetos inconexos que se almacenan. Una caja con discos que saldrán de su funda, una radio… un diseño al estilo vintage que parece albergar y alberga un pasado personal que trasciende para alojarse en lo colectivo, en lo social. Entorno al contenido, el público, a cara descubierta, porque todo forma parte de una intención.
El texto de Carlos Sarrió no se monta en personajes, sino en cuatro personas verbales para un enorme poema que desgrana la dinámica de millones de vidas: yo, tú, él, nosotros… Porque lo cierto es que configura espacios de análisis que se mueven en la escena por aproximación a lo que pueda sentir cada persona del público, de manera que las acciones corresponden a los hechos más que a las palabras. La compañía parece montar una especie de acción colectiva (sí, teatro, pero cercano a lo más tangible), como si instaurase una revolución próxima a un 15M, en el que un trayecto vital que abarca a tanta gente, deja sobre la mesa todo lo que podamos analizar.
“…le preguntaron si la realidad existía y aquel físico bajó del escenario y se sentó en los escalones y dijo: ‘las cosas… suceden…’” dice la persona de Eva Blanco. Está en las entrañas del texto, porque parece una evidencia, pero Sólo sucede lo que puede suceder, desde su título es un análisis poco habitual de la evidencia que se ignora para vivir sin muchos problemas, o para poder ejercer lamentos colectivos sin cambiar nada. Y no es que el montaje o el texto propongan cambios de manera evidente, sino que exploran y exponen. “Y vas armado por la calle y en los bares y en tu casa con un boli y una libreta y anotas escribir poesía es como estar enamorado un viaje a lo desconocido y te dices escribe imbécil que para eso has venido”, dice el texto al poco de abrir el fuego e, inevitablemente, me siento muy próximo a esa posición, sin culpa ni castigo, pero me miro.
Media el texto cuando Julio C. García ataca otra realidad tangible que escondemos en la trastienda cada día: “estábamos desahuciados / con los muebles en la puta calle / y aunque las madres contaban dulces cuentos / los niños no se los creían / miraban con ojos como platos sus cosas / al lado de la tapa de la alcantarilla / la tele encima del colchón / las lágrimas contenidas / y ahora qué -se preguntaban- / a esperar tiempos mejores”.
Como en otras ocasiones, el texto y la acción física no tienen ese reflejo parejo de un teatro clásico instrumentado hacia la necesidad de ordenación consuetudinaria, sino que el movimiento hace lo que hace, encuentra cabida y acoge al texto. Hay menos diálogo aparente que en otros trabajos, para transformarse en acción descarnada, que se asocia a lo que conviene en cada momento, en lo que se amolda a un significado adecuado. De esta manera, la poética y la prosa se salvan dentro de su estructura, mientras que la acción escénica se adapta a otra realidad y no siempre hace de intermedio comunicador entre el contenido del autor y el público, sino que, al contrario, propicia que el propio público se aproxime a la versión que necesita darle a su contenido.
Sus personas / personajes, parecen no comunicarse entre sí, pero la realidad es que forman parte de un todo, en el que comunican con el público, en una forma de convergencia muy diferente. Es de esperar que encontraremos hay puntos de conexión más evidentes entre todas las partes presentes en el montaje, de manera que se alcance un punto final desde el que lanzarán al espectador a su propio espacio, con una diferencia: ahora acompañado del conocimiento de que otras personas también tienen esa necesidad, esa a la que nos hemos atado en el recorrido de esta evidencia.
Estamos ante un texto crítico, que se ve potenciado por la puesta en escena. Su desarrollo sugiere casi desesperación en ciertos pasajes, pero no entra en un callejón sin salida, sólo avanza en realidades, porque parece sugerirnos que, si la vida nos ha traído hasta aquí, se demuestra que estamos vivos, y abarca pasajes tremendamente analíticos, tanto en su parte poética como en la prosa intermedia: “Este tipo de conceptos negativos son fundamentales para un sistema social basado en la dominación por medio de la mentira. Lo ‘normal’ es algo indeterminado que nos mantiene a todos a raya para que nadie sea como es realmente. Es uno de los pilares fundamentales de esta arquitectura de mentiras que hemos tejido entre todos y que llamamos sociedad o civilización”.
Cabe también un descarado acercamiento “la institución prefiere trocear a las personas.
‘Divide y vencerás’. Para una institución una persona es: consumidora / estudiante / trabajadora / paciente / cliente / votante / activista / creativa / emprendedora / parada / jubilada…este despiece es uno de los pilares de la dominación que necesita el sistema económico ‘antes llamado capitalista’”, como podemos comprobar, sin dejar de lado la ironía o la parodia textual en la denuncia.
Poco a poco descubrimos cómo estamos tratando de la vida pasada, de la imposibilidad de regresar, pero sí de elegir dentro de la propia elección, de escoger lo que queremos hacer, incluso, aunque todo finalmente pase. No encuentro tanto desasosiego o lamento, como necesidad de evidenciar para ponernos en guardia de lo que somos, de lo que permitimos. Luego, ya, “que alguien ponga un poco de música… o algo”.
“y en las calles arderá nuestra indiferencia
en grandes hogueras
los trajes de Armani correrán desesperados intentando
conseguir cobertura para sus iPhone inútiles
los voceros del régimen dirán que no
que así no
que la violencia es legítima solo si vienes de familia bien
que esos ruidos son inadmisibles
que ya no se oyen a sí mismos
en esos discursos interminables
llenos de odio y cadáveres blancos e inocentes
nada detendrá esa corriente
ese río de desesperación desatado
con inexplicable exactitud
extirpará cánceres de las calles y de los púlpitos”
Es de lo más potente que he podido presenciar y leer en los últimos tiempos. Y creo que es precisa la doble mirada, la de la puesta en escena dirigida por Carlos Sarrió, y la del texto que ofrece nuevas posibilidades. Cualquiera de ellas puede ser independiente, pero ambas enriquecen la mirada y la opinión desde un teatro diferente y desde un texto a su medida. O al contrario.
Julio Castro
"Solo sucede lo que puede Suceder" es la nueva obra de Cambaleo Teatro. Con textos y dirección de Carlos Sarrió, e interpretada por: Eva Blanco, Julio C. García, Begoña Crespo, Antonio Sarrió, y Carlos Sarrió.
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