Tras enterarme de la noticia de la repentina muerte de Rita Barberá, repasé atentamente mi artículo del pasado martes, donde la mencionaba en relación a sus declaraciones en el tribunal que juzga una de las causas abiertas contra el PP valenciano. Lo releí atentamente en busca de adjetivos hirientes y coñas humillantes, cualquier metáfora de más que pudiera convertirme en cómplice involuntario de su fallecimiento. No encontré nada aparte de la sátira y la ironía con que suelo salpimentar el comentario de nuestro triste panorama político, pero aun así le pregunté a un amigo médico si creía posible que, como sugerían muchos gerifaltes del PP, los disgustos y el maltrato en la prensa y en las redes sociales hubieran podido llevarse a alguien por delante. Me respondió más o menos lo mismo que Norman Mailer a una cuestión distinta, la de si había obstáculos que pudieran anular el desarrollo de un gran escritor: “Casi todo en el esquema de las cosas actúa para apagar un talento de primer orden. La bebida, la droga, demasiado sexo, demasiado poco sexo, demasiado fracaso en la vida privada, demasiado desgaste, demasiado reconocimiento, demasiado poco reconocimiento…”
Más tranquilo, repasé las declaraciones de los amigos y compañeros de Barberá, que lloraban muchísimo y lamentaban la defunción de la misma mujer a la que habían apartado del partido con un palo meses antes. Tanto la querían que no la podían ni ver: hasta ayer no se le acercaban ni en pintura, no fuese a contagiarles la peste. Pero la muerte -“esa cosa distinguida” que dijo Henry James en su agonía- la limpió de improviso de sus muchos pecados, prestigiándola con su pátina solemne. Muerta, Rita no sólo era inofensiva sino que además estaba indefensa ante los elogios indecentes, la rabia hipócrita y las lágrimas de cocodrilo, las cuales consisten en unos goterones gordos que caen delante de las cámaras y hacen un ruido sordo (¡plaf!) muy fácil de captar por los micrófonos. Nada menos que el ministro de Justicia, Rafael Catalá, se metió en el ministerio del Monólogo Interior al mencionar que el infarto pesaría sobre “la conciencia de cada cual”, aunque quien estuvo sembrada fue Celia Villalobos, que habló de una especie de “condena a muerte” digital y elevó el elogio fúnebre hasta sus últimas consecuencias: “Si yo estaba destrozada por el Candy Crush, cómo estaría ella”. Sin duda la mejor versión hasta la fecha del célebre chiste: “Vaya día llevamos, yo pierdo el boli y tú a tu padre”.
El cinismo y la hipocresía alcanzaron el punto de cocción necesario para pedir un minuto de silencio en un pleno del Congreso, el mismo minuto que denegaron, por ejemplo, a Labordeta, porque tuvo el feo detalle de morirse desde otra bancada política. Reconozco que, en ese momento, cuando algunos de los diputados de Unidos Podemos decidieron abandonar el hemiciclo en señal de protesta, el gesto me pareció un error porque nunca me ha gustado ver cómo se instrumentaliza la muerte en aras de un beneficio político. Sin embargo, varios amigos me hicieron ver que estaba equivocado, que precisamente era el PP el que estaba usando el infarto de Rita Barberá para fabricarle un funeral vikingo a la misma mujer a la que previamente habían atrincherado en el aforamiento y condenado al limbo mariano en la abarrotada categoría de “esa persona de la que usted me habla”. Álvaro Pérez, el antiguo Bigotes, que ahora gasta una barba hipster, fue el único que dijo la verdad, por la cuenta que le trae: “La abandonaron como a una perra”.
La hipótesis del acoso mediático y judicial no se sostiene por ningún lado. Varias décadas plantada ante los focos, en primera línea de fuego, soportando lanzadas de sus adversarios y pullas de periodistas, le habían fabricado a Rita Barberá una segunda piel capaz de resistir cualquier embestida. Otra cosa es que soportase igual de bien las puñaladas por la espalda. Cualquiera hace oídos sordos al bullicio enemigo, pero es distinto cuando te echan a patadas de tu propia casa. Si algunos factores externos pueden influir en el descarrilamiento de un fallo cardíaco, seguro que la traición y el ostracismo prevalecen sobre la mofa y el recochineo. Pese ello sobre la conciencia de cada cual, si la tuviera o tuviese. Pero en el PP no hacen leña del árbol caído.
Prefieren hacer una empalizada.
Prefieren hacer una empalizada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario