miércoles, 20 de agosto de 2014

Dicen que el fin del milenio...































Lean esto (sacado de la internet)...

Llega un momento en tu vida en que finalmente te das cuenta...
Cuando en medio de todos tus miedos e insanía te detienes de repente en tu camino y en algún lado tu voz interior grita: ¡Basta!

Basta de pelear, de llorar y forcejear para mantenerte en ese lugar. Entonces tu sollozo se apaga, te limpias las lágrimas y comienzas a mirar el mundo a través de nuevos ojos. Esto, es tu despertar.
Te das cuenta que llegó el tiempo de dejar de esperar y esperanzarte por los cambios, la felicidad, la seguridad o la protección que van a venir a tu encuentro alguna vez.

Llegas a la conclusión de que ella o él no es princesa o príncipe y, de que tú no eres Cenicienta o Ceniciento; que en el mundo real no siempre hay finales justos -o comienzos- y de que cualquier garantía de "felicidad eterna" comienza únicamente por ti mismo... y durante este proceso, una sensación de serenidad nace de la aceptación.

Te despiertas a la realidad de que nos eres perfecto, y los demás no siempre van a amar, apreciar o aprobar quién eres, y eso está bien.

Paras de criticar y maldecir a otras personas por las cosas que te hicieron o dejaron de hacer, y aprendes que lo único con lo que cuentas es lo inesperado.

Aprendes que la gente no siempre dice lo que piensa o piensa lo que dice. Y que no todos van a estar para ti, y que no siempre se trata de ti. Entonces aprendes a sostenerte por ti mismo y a cuidarte... y en el proceso nace la confianza.

Paras de juzgar y apuntar con el dedo, y comienzas a aceptar a la gente como es, con sus defectos y debilidades... y en el proceso, una sensación de paz y contento nace del perdón.

Te das cuenta de que mucho de la manera en que te ves a ti mismo y al mundo que te rodea es el resultado de todos los mensajes y opiniones que implantaron en tu mente.

Aprendes a abrirte a nuevos mundos y puntos de vista. Empiezas a redefinirte y reestimar quién y qué eres, y para qué estás. Aprendes la diferencia entre desear y necesitar, y de a poco descartas doctrinas y principios que nunca deberías haber adoptado. Y en el proceso, aprendes a confiar en tu propio conocimiento.

Aprendes que es dando que recibimos, que hay un poder y gloria en crear y contribuir. Y dejas de maniobrar atravesando la vida como un mero consumidor.

Aprendes que principios como honestidad e integridad no son ideales obsoletos de una era pasada, sino cimientos que sostienen la fundación a partir de la que debes construir tu vida.
Aprendes que no lo sabes todo, que no es tu trabajo salvar el mundo y que no tienes que hacer que un cerdito cante.

Aprendes a distinguir entre culpabilidad y responsabilidad. Y la importancia de poner límites y decir no.
Aprendes que la única cruz a cargar es la que elegiste llevar y que los mártires son quemados en la hoguera. Entonces aprendes sobre el amor, el romántico y el familiar. Aprendes cómo amar, cuándo dar en el amor o cuándo alejarte. Y ya no proyectas tus necesidades en una relación.

Aprendes que no vas a ser más hermoso, más inteligente, más adorable o importante por la mujer o el hombre que va de tu brazo o el niño que lleva tu nombre. Que así como las personas crecen o cambian, así sucede con el amor.

Aprendes que estar solo no significa estar en soledad, y te miras al espejo y te das cuenta que tal vez nunca vas a tener una talla 3 o un perfecto 10, y paras de competir con la imagen implantada en tu cabeza.
Aprendes que sentir que tienes derechos está bien, como lo está querer y pedir por lo que quieres.
Llegas a la conclusión de que mereces ser tratado con amor, cuidado, sensibilidad y respeto... y no vas a aceptar menos que eso.

Aprendes que tu cuerpo es tu templo. Comienzas a cuidarlo y tratarlo con respeto, alimentándote de manera equilibrada, tomando más agua y dándote más tiempo para ejercitarte.

Aprendes que la fatiga disminuye el espíritu y puede crear duda y miedo, entonces tomas más tiempo para descansar. Así como la comida alimenta al cuerpo, reír alimenta tu alma, entonces tomas más tiempo para reír y jugar.

Aprendes que por cualquier objetivo que vale la pena alcanzar, vale la pena luchar, y que querer que algo suceda es diferente a trabajar para su concreción. Más importante aún, aprendes que para alcanzar el éxito, necesitas dirección, disciplina y perseverancia. Que no se puede hacer todo solo, y que está bien arriesgarse y pedir ayuda.

Aprendes que lo único que debes temer es al miedo en sí mismo. Atraviesas tus miedos porque sabes que puedes superar lo que suceda, y porque rendirse al miedo es rendirse a tu derecho de vivir la vida en tus propios términos.

Aprendes que vivir no siempre es justo, que no siempre obtendrás lo que piensas que mereces, y que a veces malas cosas suceden a buenas personas. Nadie te castiga o falla en responder tus plegarias. Sólo es la vida sucediendo.

Aprendes a lidiar con lo malo en su más primario estado: el ego. Que sentimientos negativos como rabia, envidia y resentimiento deben ser entendidos y redirigidos, o sofocarán tu vida, envenenando el universo que te rodea. Aprendes a admitir tus equivocaciones y a construir puentes, no paredes.

Aprendes a ser agradecido y a disfrutar de cosas que no tomamos en cuenta, cosas que millones de personas apenas sí pueden soñar: la heladera llena, agua potable, una cama tibia y blanda, o una ducha caliente.

Lentamente comienzas a tomar responsabilidad de ti mismo por ti mismo, y te prometes nunca traicionarte, y nunca, pero nunca, transar por menos de lo que tu corazón desea.

Entonces cuelgas un mensajero del viento afuera de tu ventana, para que cada vez que lo escuches, te recuerde que sigas sonriendo, sigas creyendo y sigas abierto a toda maravillosa posibilidad.

Finalmente, con coraje en tu corazón y la fe de tu lado, te pones de pie, respiras profundamente y comienzas a diseñar la vida que quieres vivir, de la mejor manera posible.

Una vez leído, quizás alguien se haya sentido identificado, quizás  alguno piense que estas palabras están cargadas de razón, que esto es así...

No es más que el proceso natural de aparición de la membrana.

Desde que la célula generó membrana y se hizo eucariota, (podéis buscar por internet y comprobar que ese cambio, que nos trajo hasta aquí a todos, aún sigue en proceso de debate), desde que nos hicimos eucariotas, sigo, allá por el 3000 millones aC. o por ahí, la naturaleza se hizo individual, la naturaleza eligió la soledad del ser para seguir siendo. Por lo tanto dejad de escuchar patrañas sobre la individualidad compartida, el trabajo en grupo.., la solidaridad.

Desde que nos hicimos eucariotas la única solidaridad conocida es la de uno consigo mismo.

Lctr.

PS. Se echa en falta en la educación y la cultura un poquito de ciencia. Está muy bien leer a los clásicos, aprender de los antiguos, leer a Góngora, pero por favor, dediquen tiempo de su vida a comprender que son, desde el conocimiento, desde la razón de su individualidad.

Por ello abandonen toda esperanza, no se fíen de todo aquello que itera, que se repite, toda esta suerte de protozoos que somos venimos de una iteración. Toda la naturaleza conocida no es más que mera repetición, un tam tam, un ritmo tribal,  un compás... Recuerden que la salida de tono, la síncopa, y el contrapunto, nos hacen evolucionar para de nuevo caer en una nueva murga.

Y no hay sitio a donde ir

..y ni falta que hace.

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