Felipe González y su sindicato del odio
La parada de los monstruos (II)
Sólo se odia aquello que se teme y Felipe González odia mucho. Resulta terrible que uno de los personajes más siniestros de la democracia española sea la gran referencia sentimental de una parte no menor de los socialdemócratas. Ahora retorna a un protagonismo que siempre ha buscado, hasta el punto de que su figura ha operado constantemente como una sombra, considerada lastre en los mentideros, pero ensalzada cuando ha interesado enarbolar una referencia casi espiritual. La alumna más aventajada de este caudillo de la antipolítica es Susana Díaz, que por talante y, sobre todo, línea ideológica, está transformando al PSOE andaluz en una suerte de PRI mexicano, absorbiendo derecha e izquierda ya que su objetivo no es la transformación social, a través de una línea coherente de políticas, sino la perpetuación en el poder, fundiendo las siglas del partido con las de las señas identitarias del territorio que gobierna.
Inmensos ríos de tinta se han producido sobre Felipe González. En lo que respecta a su desarrollo político, cabe considerar que fue el encargado de desactivar la hegemonía cultural de una izquierda que emergía tras la dictadura con auténtica voluntad de cambio. Para ello utilizó la zanahoria del desarrollismo y la creación de un estado mínimo que justificara el pelotazo económico que sobrevendría. Pero también utilizó el palo, a través de un ataque constante a los derechos, la ideas y la identidad de quienes buscaban la transformación política y social. A España, efectivamente, no la reconoció ni la madre que la parió. Y así caímos en la cultura del pelotazo y del consumismo. El reverso de todo ello se compuso de redes clientelares que albergaron una cultura de la corrupción que el PP asumiría como propia, exaltándola años después hasta el descaro más absoluto; la persecución de la disidencia, miles de insumisos presos, considerados por Amnistía Internacional presos políticos, contrarreformas laborales, militarismo y alcantarillas opacas de los crímenes de Estado, entre otras muchas, han sido cuestiones esenciales de su complejo y sombrío legado.
Ahora, Felipe González ha liderado nuevamente el bloqueo de cualquier evolución progresista del PSOE. Ha retornado de sus viajes de jet set, para catapultar su opinión a lomos de su sindicato del odio. El objetivo fue claro: vetar cualquier posibilidad de acuerdo entre PSOE y Podemos, a fin de forzar a su partido para encontrar alianzas de gobierno con la nueva y vieja derecha. Ya en abril del año pasado, el odio visceral del ex presidente por la formación morada quedó patente, llegando a advertir, en ese tono siciliano que le ha venido caracterizando, que tenía importante información sensible sobre Podemos y Venezuela, que se iría desgranando. Tiempo atrás ya había agitado el espantajo del miedo a propósito de los cinco eurodiputados que había logrado la formación de Iglesias, aseverando que “sería una catástrofe que prendieran en Europa alternativas bolivarianas”. Luego llegaría lo de que Podemos “es puro leninismo 3.0” y demás delirios.
Sin embargo, era necesario dar un paso más tras los resultados de las últimas generales, creando todo un lobby que imposibilitara, como así ha sido, el acuerdo entre estos dos partidos. De esta manera se explica la aparición en escena de dos auténticas lacras históricas del PSOE: Corcuera y Leguina. En un hotel de Madrid se congregaron con otros caducados de la política a fin de que sus palabras sonaran más amenazantes: “Sería un terrible error un pacto del PSOE con Podemos”.
Corcuera, ex ministro del interior de González, subrayaba que lo que escuchaba de algunos de sus compañeros más afines al entendimiento con Podemos le producía auténticas arritmias. Corcuera, torrezno de la política, ensimismado en la violencia de una de las leyes más represivas y autoritarias de la democracia española, puro colesterol ideológico, se retrata cada vez que habla. Al crítico de cine Carlos Boyero le dedicó estas palabras en una tertulia del canal extremista 13TV: “A ese estúpido habría que ponerle un paellero para taparle todos los agujeros que tiene en la cara”. Un tipo sutil este Corcuera, que llegó a decirle a la periodista Marta Nebot que Podemos tenia derecho de pernada sobre ella. Autoritario y machista hasta el paroxismo, Corcuera irrumpió en el despacho de Margarita Robles, cuando en 1994 era secretaria del Estado en el Ministerio de Justicia de Belloch, profiriendo la siguiente amenaza: “si no fueras mujer te daría una hostia”. En fin, nada edificante la trayectoria, las acciones y las amenazas de este bruto, apenas considerado mascota por los sectores más conservadores del PSOE.
Joaquín Leguina es otra cosa. Su desarrollo argumental sí tiene cierto refinamiento, así sea mórbido: primero desestabilizar a Sánchez, luego bloquear a Podemos y, finalmente justificar la gran alianza.
Leguina, siempre enfadado y flemático, no tuvo reparo en arremeter contra el propio Pedro Sánchez tras los resultados cosechados por su partido en las últimas generales: “sólo los tarados pueden estar satisfechos”. Y señala de manera más directa: “(Pedro Sánchez) Tendría que haber dimitido ayer…”
El odio a Podemos exalta su nacionalismo más irracional: “No puedes pactar con Podemos si eres mínimamente patriota”. Explícito fue este político neocon, ahora merodeador de tertulias ultra a propósito de los sentimientos que le inspira Podemos: “Podemos es un peligro público y Pablo Iglesias un sectario”. Impotente gritó que “no hay que votarles bajo ningún concepto”, para finalmente reconocer que “odio de siempre al populismo y estos de Podemos son populistas”.
El legado del odio sólo ha generado históricamente contextos de odio. La memoria debe derogar a quienes hicieron de su renuncia ideológica la justificación de su maltrato. El bloqueo del sindicato del odio tiene que ser desbordado por quienes buscan un cambio esencial que atienda las necesidades de una sociedad duramente golpeada. (PÚBLICO)
Lctr. (C&P)
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