jueves, 22 de abril de 2010

Una Historia Verdadera

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A Marcos Rodríguez Pantoja lo vendió su padre, Melchor, como quien vende un perro cuando se convierte en un estorbo. Marcos tenía siete años, quizá uno más o uno menos. La memoria le flaquea y para el caso es lo mismo. Lo vendió Melchor a un pastor de Sierra Morena. Por aquel entonces —y aquel entonces era 1953, porque Marcos nació el 7 de junio de 1946— era algo normal que familias sin posibles colocaran a los hijos allá donde les dieran algo de comer y les enseñaran un oficio. Marchó Marcos rumbo a la sierra con ese pastor, Damián. Aprendió a cuidar las 300 cabras, a cazar, a buscar comida, a hacer fuego y a estar solo. Un día Damián salió a cazar un conejo. Le dijo que lo esperara en la cueva. Nunca más volvió. El pastor no regresó. Marcos no supo nunca más de aquel hombre. Se quedó solo. Era un crío. De vez en cuando recibía la visita del dueño de las cabras, que le llevaba un pedazo de pan. Pero nada más.



Empezó así la vida de Marcos entre lobos. «Un día oí ruido detrás de unas rocas. Me acerqué y había unos lobeznos. Les fui a dar comida, a revolcarme con ellos… Vino la loba y lanzó un mordisco… Me fui… Un día estaba en la cueva y entró la loba. Yo me fui al fondo… Creía que me iba a comer… ¡Como antes me había atacado! Pero me dejó un trozo de carne… Me lo iba acercando… Y al final se acercó y la abracé… Y fueron confiando en mí. Yo les daba comida y jugaba con los lobeznos y poco a poco, así, fue como me fui convirtiendo en el jefe de la manada».

Marcos cazaba conejos con pegajosos palos de jara. Los metía en la madriguera y la resina se pegaba en la piel de los animales. O cazaba ciervos con ayuda de los lobos, que azuzaban al venado hacia el río y allí Marcos les daba muerte. A los peces los hacía entrar, a una suerte de cueva que fabricaba en el río. Los peces, atraídos por los restos de los animales muertos que Marcos metía entre piedras, se metían en la trampa. Cuando estaba allí, Marcos soltaba una piedra contra la laja que cubría la cueva y atrapaba a los peces.

Así vivió Marcos días y meses y años. El pelo largo, por la cintura, impregnado del olor de sus amigos los lobos. La piel curtida por el sol y también rezumando ese aroma tan fuerte. Se movía como ellos, vivía como ellos, aullaba como ellos. Cazaba, hacía fuego y descubría sus instintos básicos en soledad. Lo sacó la Guardia Civil del monte cuando Marcos contaba ya 19 años. Un guarda de una finca próxima lo delató y lo prendieron. Lo mandaron para Madrid. Con unas monjas. El mismo día que lo cristianaron lo mandaron al servicio militar. Carne de cañón. Cuando se licenció le recomendaron irse a buscar trabajo a Mallorca. Allá se fue. Y cayó en manos de gente que lo maltrató, que se rió de él, que lo menospreció. A él, que se había criado con lobos.



Hoy, 40 años después, en esta finca de Cardeña, en Sierra Morena, Marcos vuelve a estar rodeado de lobos. Se suben sobre él, lo huelen, lo buscan. Él se tira al suelo, los besa, se siente uno más. Pepe España, lobero de Cañada Real (Peralejo, Madrid) que ha criado a esos cinco animales, no ha visto nada igual en los días de su vida, dice. Se queda impresionado de cómo los lobos se acercan a Marcos y se 'funden' con él sin haberlo visto nunca antes jamás.

A Marcos lo encontró Gerardo Olivares, director de cine, en Galicia. Una labor de espía. Más importante aún: lo encontró porque descubrió su historia, porque le apasionó su historia y porque decidió contar su historia. El sol alumbra este día de rodaje en Cardeña. El equipo mueve a los lobos y Marcos recorre el monte ajeno a la gente. Los animales se acercan a él. Se van. Las hembras en celo. Los machos marcando territorio.

Olivares, cámara en mano, graba lo que se graba el equipo de rodaje de naturaleza, graba las peleas entre lobos, graba a Marcos buscando hierbajos para hacer el ruido de la perdiz. O a Marcos bebiendo agua en el río como sólo bebe agua en el río quien ha vivido entre alimañas. O a Marcos rebozándose por el suelo con una loba. Impresiona Marcos. Impresiona. Se sube a una roca. Aúlla. Los lobos lo sienten, lo oyen, lo rodean. Aúllan. Aúllan todos juntos. «Los animales son mejores que las personas».



Ahora Marcos no sólo es el guión de su película. Es su amigo. Gerardo nos contó esta historia hace un año. Pidió que el tiempo transcurriera hasta que él pusiera en marcha sus cosas. Hoy rueda 'Entrelobos'. Con Juan José Ballesta, Sancho Gracia y otros. Estrena en otoño. Marcos sigue en Galicia. Ahora recordando su vida de lobo gracias a Gabriel Janer —que acaba de publicar 'He jugado con lobos'— y Gerardo Olivares.

Aúlla Marcos en la roca. Feliz. «Esto es… No se puede explicar».



Lctr. Cut@Past

PS.
"Aquel al que no le gustan los animales
no puede ser buena persona"
Arthur Schopenhauer

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Joder, parece una novela de Delibes.

deivit dijo...

Era yo ese anónimo.

Anónimo dijo...

No hace mucho vi un documental donde unos negros se adentraban en una tupida selva donde habitaban gorilas. A cada tramo que caminaban a su encuentro, contaban algo de las profundidades de la naturaleza y de los animales y plantas que por ahí había. Tenían un manejo, un respeto y un conocimiento que impresionaba. Era sorprendente cada cosa que contaban. Esos hombres son las personas que más cerca he visto que estén de conocer la verdad de la vida. Una verdad que se pierde, se aleja, y eso terminará con nosotros.

Este Marcos seguramente también esté cerca de la única verdad.

Rg

Lecter dijo...

Viendo estas cosas, y observando el comportamiento animal, uno se da cuenta de que el conjunto de sentimientos a los que llamamos humanidad o humanismo, no nos pertenecen de ninguna manera.

Como diría un amigo, "esos sentimientos estan aquí desde épocas anteriores a las palabras".

Lo que llamamos bondad, compasion, maldad, malicia, no son particularidades o cualidades humanas, sino que están insertadas en la ROM de la naturaleza desde el principio.

Alguien puede decir, "Sí, pero los animales no matan por placer como el hombre", y no es del todo correcto. Las orcas en muchas ocasiones matan para divertirse no para alimentarse, así como los gatos y perros. Una gran parte de las especies de simios son verdaderos asesinos.

Debemos siempre recordar que en esta carrera de la naturaleza todo se realiza comiéndose unas cosas a las otras, fagocitándose, acechando y eliminando.

Lo bueno y lo malo forman parte de nosotros.

Anónimo dijo...

Hay otro factor a tener en cuenta y es la existencia de la conciencia en el hombre. Las orcas pueden matar por diversión pero una vez satisfecho el placer no queda nada. El ser humano ejerce el mal y así decide arrastrar con su peso hasta que algo le redima, si es que su conciencia se lo pide, que de lo contrario no tendrá problemas en seguir ejerciéndolo hasta el último de sus días.

A mi entender esos sentimientos que llamamos bondad, compasion, maldad, malicia, y que están ahí antes que las palabras, pertenecen a todos las especies más o menos desarrolladas casi por igual, pero amiguetes, la conciencia, el peso de los actos, eso sólo está en el hombre y es lo que hace que un mismo hecho llevado a cabo por un animal o un ser humano pueda ser calificado como acto natural o una perversión de la naturaleza, respectivamente.

Los griegos decían que la mayoría de los hombres eran malos y Rousseau que el hombre era bueno por naturaleza. A ver si nos aclaramos.

Rg

Lecter dijo...

Tanto Bías de Priene, que es el de la mayoría mala, como Rousseau tenían razón.

Porque somos ambas cosas.

La conciencia yo creo que es un invento religioso-socializador, para hacerte sentir culpable siempre, y así controlar tus actos.

Los banqueros, empresarios, políticos, y psicopatas, no tienen conciencia, y también pertenecen a la especie humana.