martes, 28 de octubre de 2008

Breve tratado sobre sustancias premonitorias

Dedicadle unos minutos a esta curiosa historia.



En marzo de 1948, un estudiante de Bioquímica de la Universidad de Boston publicó un artículo que ponía patas arriba todas las leyes de la física conocidas hasta el momento. En un profuso documento, cargado de gráficos y tablas de datos, aquel joven desconocido anunciaba el descubrimiento de una sustancia capaz de disolverse en agua un instante antes de entrar en contacto con ella, desafiando el comportamiento de los elementos de la tabla periódica y el continuo espacio-temporal.

Según el autor, las propiedades de la denominada tiotimolina se explicaban gracias a una anomalía en sus enlaces químicos que le dotaba de la facultad de disolverse (en la proporción de un gramo por mil) en -1,12 segundos, es decir, un momento antes de que se le hubiera añadido el agua. Mientras cuatro de los enlaces de su átomo de carbono permanecían en el espacio-tiempo normal, otros dos presentaban una singularidad y se proyectaban hacia el pasado y el futuro respectivamente.

Aquel descubrimiento, tal y como el propio autor concluiría años más tarde, contenía una serie de implicaciones revolucionarias para el campo de la física y la predicción de sucesos. Gracias a la construcción de un sencillo aparato denominado endocronómetro, se podía observar de manera directa el comportamiento de la tiotimolina y realizar predicciones que iban desde eventos sencillos hasta situaciones más complejas.

En un primer paso, emplazando dos endocronómetros entre sí, el observador podía prever el resultado 2,24 segundos antes de que el agua fuera añadida, y así sucesivamente. De esta manera, una batería formada por unos setenta y siete mil endocronómetros “contendría una muestra final de tiotimolina que se disolvería 24 horas antes de que se vertiese la cantidad inicial de agua”.

Si uno pretendiera predecir la lluvia, por ejemplo, bastaría observar que la última muestra de tiotimolina se disolvería un día antes de las precipitaciones. Y este sencillo sistema podría aplicarse a predicciones más complejas, como una carrera de caballos. “Supongamos que se proponen apostar por un caballo determinado”, explicaba el autor. “Veinticuatro horas antes de la carrera, pueden ustedes decidir firmemente que si el caballo gana al día siguiente, añadirán agua inmediatamente después de recibir la noticia al primer elemento de la batería telecrónica. Y que si no gana, no lo harán”. Después, bastaba observar si la última muestra de tiotimolina en el endocrómetro se disolvía el día anterior para saber si el caballo había ganado la carrera.

Como muchos ya sabrán, el título de aquel trabajo revolucionario era Propiedades Endocrónicas de la Tiotimolina Resublimada y su autor, Isaac Asimov, siguió escribiendo sobre la sustancia ficticia durante años y hasta fantaseó sobre sus aplicaciones en la carrera espacial. El artículo original fue una especie de broma publicada en la revista Astounding Science Fiction, aunque el director de la revista burló la condición de no publicarla bajo el nombre de Asimov, que en aquel momento se estaba doctorando en la universidad. Afortunadamente, los miembros del tribunal que le examinó meses más tarde se tomaron la cuestión con humor e incluso le hicieron una última pregunta cómplice sobre la tiotimolina.

Uno de los detalles más llamativos, y un golpe maestro de metaficción por parte de Asimov, fue la breve bibliografía incluida al final del artículo. Según confesaría el propio autor años más tarde, durante los días siguientes a la publicación del artículo la biblioteca de la facultad recibió un goteo de consultas de estudiantes que lo habían creído a pie juntillas y preguntaban por aquella lista de autores inexistentes.

Los sentimientos del agua



Cincuenta años más tarde, un personaje japonés conocido por el nombre de Masaru Emoto ha hecho una auténtica fortuna gracias a su teoría sobre los sentimientos del agua. En sus libros y conferencias internacionales, Emoto asegura que el agua es capaz de sentir las emociones humanas y que reacciona en consecuencia.

Para demostrar sus excéntricas teorías, Emoto fotografía cristales de hielo un instante después de dirigir hacia ellos una palabra, un pensamiento o una música determinada. Si la música o los pensamientos son malos o feos, según Emoto, el agua pierde su simetría y se convierte en algo grotesco. Si uno lo irradia con bondad o palabras bellas, el agua adquiere un estado esplendoroso.

En la reseña de su libro Mensajes en el agua podemos leer que la “sorpresa mayor” le llegó a Masaru Emoto “_al conseguir transformar irregulares patrones de agua contaminada en bellos cristales hexagonales al someter las muestras a la audición de canciones tradicionales, oraciones religiosas o bien música clásica. O bien al transformar ‘indiferentes’ cristales de agua destilada en bellos patrones geométricos al susurrarles palabras de agradecimiento, o bien al contrario, obtener horrorosas estructuras al someterlas a frases desagradables_”.

A pesar de la prosa influmable, y de la inconsistencia científica de sus afirmaciones, Emoto ha conseguido colar su irrisorio mensaje en millones de casas y ser tomado en serio por algunas instituciones. Recientemente tuvo su momento de gloria en la Expo de Zaragoza, bajo la engañosa etiqueta de “Ecología del Agua”, y sus obras pueden encontrarse en la sección de Ciencias en lugares como la Casa del Libro.

Pero por grave que pueda parecer, lo peor son sus afirmaciones respecto a la salud y a sus poderes curativos. Dado que el 70% de nuestro cuerpo es agua, afirma Emoto, mucha gente enferma porque contiene agua impura y contaminada y para ello no valen las sustancias químicas que nos proporcionan los médicos sino sus botellas de agua armoniosa y fenomenal, que nos permite adquirir a un módico precio.

Comparando los dos trabajos anteriormente expuestos, queda claro que en materia de sustancias premonitorias conviene siempre comparar antes de comprar. Aunque se mueven en el terreno de la fantasía, la propuesta de Emoto ha conseguido traspasar la barrera de la ficción para sacar provecho económico del engaño. La diferencia entre el trabajo de Asimov y las artimañas de Emoto es la que hay entre el talento literario y la desfachatez, o para ser más claros: entre la formidable tiotimolina y el timo de la estampita.

Lecter corta y pega.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante. No conocía lo de Asimov pero sí leí no hace mucho lo de los sentimientos del agua. La realidad es que se trata de dos formas de engaño, una inteligente y otra interesada. Este segundo tipo de engaños me sugiere algunas ideas que colocaré en otra entrada, cuando las ordene un poco.

Carlos

Anónimo dijo...

Imagínate que el tipo venda frasquitos de agua positivizados con versos de Lorca. Te lo bebes y tienes el día verde, que te quiero...

O con poesía de Panero, y vas colocado todo el día.

jm

Anónimo dijo...

Lo mejor sería un agua con los pensamientos profundos de Masaru Emoto.
Te la bebes y ¡ale!, a forrarse...

Anónimo dijo...

De barraca de feria, compañero.
Pero no dejo de imaginarme al japones, en su casa, en calzoncillos cantándole a un vaso de agua por Camaron.
Que estampa.

Anónimo dijo...

Por cierto, el Asimov parece el padre de Lobezno

jm

Anónimo dijo...

Si, ha de tener cuidado a la hora de encenderse la pipa no vaya a salir ardiendo.

Anónimo dijo...

El mal se expande!!!! La canalla se reproduce!!!!! y yo soy su..... amigoooo.
Que me llames alguna vez ¡¡¡ corcholisss!!!!
Dame tu dirección de correo de una vez.

MariasfinterLP.

marianosnd@mac.com